Por Guillermo García Salmorán
Artículo publicado en la revista «Directorio Nacional Deportivo», Diciembre de 2009
Cuando una persona busca ingresar a una escuela de artes marciales, siempre desea que su maestro sea bueno en su técnica, pero ¿será eso lo único importante? ¿Qué ocurre con la humildad, honestidad y demás valores? ¿Acaso sólo es buscar a un maestro que tire buenas patadas y dé buenos golpes? Habrá a quien únicamente le interese esa parte, pero se supone que un maestro debe ser un espejo que refleje virtudes a sus estudiantes, ¿o no?
Hace mucho tiempo, cierto profesor de artes marciales decía que él era muy bueno y que había competido en varias partes del mundo. Se jactaba de que en su localidad era muy conocido y hasta cierto punto respetado por sus habilidades marciales. Sin embargo, muchas veces sólo utilizó sus conocimientos para presumir y quedar bien ante los demás. Casi nunca daba las clases porque, según él, estaba muy ocupado en otros asuntos y dejaba plantada a las personas, ¿entonces para qué tenía escuela si no la atendía? Lo peor de todo era que nunca respaldaba a sus propios estudiantes. Si llegaban a ir a un torneo y sus alumnos perdían, él decía que perdieron ellos y no él. Por supuesto ese «maestro» sólo le interesaba su ego y cuidaba mucho su dizque reputación.
En lugar de animar y de entrenar mejor a sus pupilos, de decirles cuáles habían sido sus errores para que los corrigieran y de esta manera se superaran, hacía todo lo contrario. Claro, al final se quedó sin alumnos porque aparte de mal maestro descubrieron que era un mitómano, ya que incluso llegó a inventar historias que, después se descubrió, sacaba de las películas clásicas de artes marciales. Ahora este «maestro» ando tratando de recuperar lo perdido. ¡Demasiado tarde! Quizá pudo haber sido muy bueno en su técnica, pero era pésimo como guía. ¿Acaso es éste el tipo de maestro que uno merece? Pienso que no, puesto que el buen maestro debe ser alguien que sepa guiar a sus alumnos no sólo en el aspecto marcial, sino también en la vida misma.
¿Cómo debería ser un maestro?
Ser maestro de cualquier área no es fácil, pero sin duda es una de las profesiones u oficios que más satisfacciones dejan, porque si sabe enseñar y educar a los alumnos, éstos devuelven el cariño con creces. Recordemos que “el mejor maestro no es que el más sabe, sino el que mejor enseña”. No basta con que sepan mucho, tienen que saber transmitir el conocimiento de forma correcta y demostrar que les interesan sus estudiantes. Estar al pendiente de su crecimiento es primordial, el aprendiz debe sentir que es importante para su profesor y éste tiene que hacer sentir a su pupilo que más allá de que paga mensualmente cierta cantidad de dinero, le preocupa su aprendizaje.
Dentro del campo de las artes marciales el profesor debe predicar con el ejemplo, porque los alumnos lo ven como un modelo a seguir; si el maestro les dice que fumar y tomar alcohol es malo, pues sería contraproducente que sus alumnos algún día lo vieran fumando en algún lugar, ¿qué pensarían sus estudiantes? De seguro se desilusionarían y dirían: “Pero si mi maestro me dijo que fumar y tomar era malo, ¿por qué él si lo hace?” Se debe tener mucho cuidado con la imagen y con lo que se dice. Muchas veces los practicantes, sobre todo cuando son unos chiquitines, quieren ser como sus maestros o instructores y los tienen en un pedestal, sería de mal gusto que un alumno se llevara una decepción de su profesor.
Cuando un maestro o instructor se para enfrente de un grupo de practicantes marciales en un área de entrenamiento, desde ese instante tiene una gran responsabilidad con el grupo. Debe adoptar un espíritu de compromiso, como si fuera un padre para sus alumnos, si éstos son niños, ya que le han confiado la educación de los infantes y tienen fe en sus enseñanzas milenarias. En caso de que los alumnos sean mayores, también debe existir una responsabilidad de enseñar y guiar, y en la mayoría de los casos ser como un amigo para ellos y de corregirles cada error por mínimo que éste sea.
El maestro debe enseñar a sus alumnos que perder una competencia marcial no es malo, puesto que perder también significa aprender. La filosofía de las artes marciales —bien transmitida— enseña que vencerse a sí mismo es más importante que derrotar a los demás. La verdadera lucha es lograr un objetivo en la vida, y para alcanzarlo se necesita de mucho sacrificio y paciencia. Con el entrenamiento arduo de las artes marciales se logra que el practicante siempre busque dar lo mejor de sí mismo, tanto en lo marcial como en lo personal. El papel del maestro es fundamental aquí, ya que él puede animar a que sus practicantes no se den por vencidos y sigan adelante. Cuantas veces no hemos escuchado a los profesores que están a cargo de la clase decir: “¡Vamos, vamos! ¡Una vez más!”, y eso alienta al estudiante hacer un mayor esfuerzo. De hecho, eso es uno de los objetivos de la práctica de las artes marciales, vencer el cansancio, la flojera, el pesimismo y muchas veces el dolor.
No hay que olvidar que el maestro debe también de seguir entrenando, capacitándose y actualizándose constantemente. La capacitación permite que no se caiga en lo obsoleto, sobre todo con los estudiantes más avanzados, quienes con tanta tecnología a su disposición en la actualidad ahora ven en Internet videos, compran libros o DVD’s para “enriquecer” o mejorar su técnica. El maestro debe estar consciente y preparado para responder a preguntas que a veces son muy incomodas. Por supuesto, un practicante de Karate o Taekwondo que le gusta competir en un torneo con reglas para ganar trofeos, es muy probable que no le pregunte a su mentor cómo se debe pelear en un combate de las llamadas artes marciales mixtas; o que alguien que entrena Wu-Shu y le guste hacer formas vistosas y realizar acrobacias, le pregunte a su profesor cómo defenderse contra un ataque de pistola. ¡Cada cosa en su lugar!
La mejor forma de aprender
Antes que nada, es importante estar seguro de lo que se quiere aprender. ¿Para qué desea uno entrenar artes marciales? ¿Salud, deporte, competencia, convivencia o defensa personal? Después de que ya se tiene claro el objetivo, ahora sí se busca a un profesor calificado y que trasmita confianza plena. De antemano, se sabe que el practicante no hará los movimientos igual que su maestro, o sea, que no aprenderá la forma de moverse, la velocidad ni la fuerza de su mentor, más bien lo que sí podrá aprender será su técnica, porque el profesor sólo estará ahí nada más para guiarlos en el camino y que sean conscientes de que los únicos que podrán darle valor, expresión y sentimiento a su estilo, son los alumnos.
Ahora bien, la mejor forma que un estudiante puede aprender un estilo o sistema es siendo original, siendo él mismo puesto que él es más importante que cualquier arte marcial. Dondequiera que vaya y haga lo que haga, el alumno siempre tendrá la gran oportunidad de mejorar y ser alguien en la vida, pero debe buscarlo de forma positiva sin tratar de copiar la personalidad de otras personas. Su esfuerzo y empeño tarde o temprano le traerá frutos, y él o ellos se sentirán muy felices. Qué mejor que lograr algo con nuestro propio sacrificio, sudor y lágrimas. En ocasiones la práctica es muy dura, pero siempre está esa “vocecita” susurrándonos al oído que no nos demos por vencidos, que sigamos practicando a pesar de que ya estuviéramos muy agotados.
La mejor manera de enseñar
Desde que un maestro se para al frente de un grupo para empezar la clase, algunos practicantes tienen la costumbre de verlo de arriba hacia abajo. Ven cómo está vestido, cómo se para y habla, si es delgado, flaco o gordo. Si lo ven musculoso, pues piensan que ha de ser muy fuerte y eso quizá les trasmita más confianza, aunque el ser musculoso no garantiza que el maestro o instructor sea bueno, no hay que dejarse llevar por las apariencias. Sin embargo, es importante cuidar la imagen, es decir, el aspecto físico, estar en forma y llegar siempre limpio a la clase. Imagínense que un maestro les pide a sus estudiantes que den una patada con giro saltando, pero resulta que él no la realiza porque su sobrepeso no lo deja o que al estar haciendo ejercicio sus alumnos siguen y siguen y él se cansa porque ya no tiene condición. De seguro sus aprendices se desconcertarían y dirían: “¿Éste es mi maestro?” ¡Cuidado con eso! Uno debe ser capaz de hacer lo que pide.
Sin duda, la mejor forma de enseñar es que el maestro sea el ejemplo para sus practicantes. Hay una frase que me gusta mucho decir: “Enseñar bien corregir mejor”. De esta manera se cuida el avance del alumnado, y no se le deja con errores o con el conocimiento vacío. Desafortunadamente, cuando el maestro no puede estar en clase, suele estar el instructor y siempre he pensado que no se debe abusar de eso, ya que las personas van porque quiere aprender del mejor, en este caso del maestro. No es malo que los grandes maestros se auxilien de sus alumnos, pero hay profesores que abusan de esa situación y luego ya ni se paran en la escuela más que para cobrar, obvio que los recién llegados podrían tomar la determinación de irse a otro lugar.
He escuchado historias de practicantes de artes marciales que cuando deciden aprender otro estilo o sistema, se topan con que el instructor (porque el “maestro” no da clases a los nuevos o principiantes) a veces por celos, coraje o envidia ni siquiera los corrigen. Es más, dicen que si les llegan a ver ciertas cualidades pues más los ignoran e inmediatamente empiezan a comparar cuál es la mejor técnica, y hasta llegan a “calar” al recién llegado para ver qué tan bueno es. Puede ser que estas “historias” tengan algo de verdad, pero no creo que en todas las academias suceda esto porque considero que sí hay maestros, profesores e instructores con ética, sin embargo, en todos lados se cuecen habas. No olvidemos que un maestro de verdad no será recordado por sus palabras, sino por su entrega, dedicación y porque enseña con amor.